LA FUNDACIÓN DISCURSIVA DEL ESPACIO PATAGÓNICO

Por Silvia Estela Casini,
U. Nacional de la Patagonia, Chubut. Argentina.

El conocimiento de la Patagonia está unido a un conjunto de discursos fundadores. Los extranjeros que recorrieron la región han brindado testimonios de distinta fuerza descriptiva que han ido conformando un imaginario de base que ha sido modélico para los textos que se han ido escribiendo después.

Cuando hablamos de "textos fundadores" nos referimos a los de los primeros cronistas, viajeros y científicos que recorrieron la Patagonia y re-crearon un espacio al que asignaron una adjetivación particular que ha permanecido en el imaginario patagónico. Esos discursos, con los semas heredados desde la conquista (desolación, desierto, tierra maldita, habitantes enormes y extraños) van a ser apropiados, casi sin cuestionamiento, por otros escritores extranjeros y argentinos.

Nuestro propósito es analizar las posibilidades de acceso a la cultura indígena, revisando la visión etnocentrista de los cronistas de los siglos anteriores. Consideramos que los discursos testimoniales de los europeos sobre los indígenas patagónicos han imposibilitado un acercamiento desprejuiciado y descentralizado, ya que cada intérprete ha ido acomodando la visión del mundo narrado (y la misma selección de lo que se narra) a sus propios criterios de valoración.

Nuestra hipótesis se centra en el hecho de que este discurso fundador ha configurado una imagen para la Patagonia, que se dispara desde el mismo momento de la conquista y que esas imágenes fundantes siguen influyendo en los autores locales y foráneos contemporáneos como si ésa fuera la única matriz de realidad.

En la base de la conformación de esas imágenes fundantes se encuentra la noción de intraducibilidad. No hay, en los exploradores europeos ninguna intención de acceder a una comunicación con el indígena. Hay una imposibilidad de hacerlo, ya que los indígenas con los que se encontraron en la Patagonia distaban mucho de la imagen que poseían del indígena de la corte de Moctezuma o de los indios asiáticos descriptos por Marco Polo.

Hechas estas salvedades, podemos ver, por otra parte, que las referencias al indígena, en las que podríamos denominar Crónicas de la Colonización europea en la Patagonia del Siglo XIX , y aún en las del XX, no suponen un cambio de visión respecto de las Crónicas de la Conquista de América del siglo XVI.

Lo que dice Colón en su diario respecto de que les dio a los indios "unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hobieron mucho placer y se quedaron tanto nuestro que era maravilla" (1) es similar -salvando las distancias de lugar y de tiempo- a lo que relatan los cronistas sobre el encuentro entre conquistadores y nativos en la Patagonia. Es más, en las Crónicas de la Colonización en la Patagonia ni siquiera encontramos la noción romántica del "buen salvaje", ni se ve al nativo cargado de la inocencia casi edénica que caracterizó a algunos de los relatos canónicos de la conquista.

Por el contrario, en el sur del continente la cosa se tiñó desde un primer momento de un crudo realismo, a partir de las deformaciones ideológicas de los europeos que se "resignaron" a "compartir" con los nativos el desmesurado espacio patagónico. De su paso por la Patagonia darán testimonio más tarde, y sus impresiones circularán en los relatos que han tejido el entramado del imaginario de esta "tierra de paso".

Antonio Pigafetta, el descriptor de la expedición de Magallanes, en su diario del 19 de mayo de 1520, inicia esta saga patagónica, ya que en las anotaciones correspondientes a ese día da cuenta su llegada a lo que hoy es Puerto San Julián, que él mismo fija en el 49º 30' de latitud meridional. Allí conocerá al habitante del lugar a quien describe como un "hombre de figura gigantesca", dando inicio a la leyenda del gigante patagón. Dice Pigafetta:

"Este hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura" (2)

y dice, también, que es Magallanes quien le da a este pueblo el nombre de patagón.

Otros cronistas son Juan de Mori y Alonso Veedor que integran la expedición de Simón de Alcazaba, que en 1535 desembarca en la actual Bahía de Camarones y funda la Gobernación de Nueva León.

En 1779 Juan de la Piedra funda el Fuerte de San José, en el golfo del mismo nombre. En 1810 ese fuerte es saqueado y destruido por los malones y uno de los sobrevivientes, Juan Coca, hace la crónica de lo ocurrido

. En 1832 el capitán inglés Robert Fitz Roy llega a la Patagonia al mando del "Beagle". A bordo de esta nave viene el naturalista y dibujante Charles Darwin, quien, en su obra Viaje de un naturalista alrededor del mundo hace una lectura de la realidad patagónica que, además de ser repetida hasta el infinito, da origen a uno de los tantos malentendidos de la historia alrededor de la visión de la Patagonia como "tierra maldita".

En 1856, un francés A.M. Guinnard inicia un viaje a la Patagonia, que contará, muchos años después, desde su perspectiva de escritor europeo. En el momento de revisar sus vivencias, instalado nuevamente en Francia, se pregunta: "Qué motivos habían podido llevar a un hijo de París hasta aquella extremidad del nuevo mundo"(3). Más adelante aclara, con eufemismos, que el móvil ha sido el dinero. De su relato hemos extractado su descripción del encuentro con los indios patagones, porque es modélica. Dice Guinnard:

"...de improviso salieron los indios, esta vez muy numerosos, (...) llenos de feroz alegría, dando gritos guturales y blandiendo sus lanzas, sus bolas y sus lazos, nos rodearon por todas partes. Nada es más triste que el aspecto extraño de estos seres desnudos, montados en caballos briosos que manejan con salvaje destreza, el color negruzco de sus cuerpos robustos, su espesa e inculta cabellera pendiente en derredor de su rostro, del cual sólo dejan ver un innoble conjunto de facciones horribles que, con la adición de colores chillones, adquieren una expresión de ferocidad infernal." (4)

La percepción del indígena que le sirve de base para esta descripción parte de una supuesta superioridad adjudicada al europeo. Solamente así se entiende la deriva metonímica que sigue al pantónimo indio. La alegría es feroz, la destreza es salvaje, el color de los cuerpos es negruzco, la cabellera además de espesa es inculta, el conjunto de facciones es horrible e innoble y la expresión de los rostros es de una "ferocidad infernal", lo que, seguramente, tiene relación con lo que ha expresado unos párrafos antes acerca de ha bajado a las "profundidades de la Patagonia".

La técnica descriptiva, de corte realista, es primitiva. Las imágenes se cargan de aspectos demoníacos: "extraños", "desnudos", "salvaje", "negruzco", "inculta", "horribles", "chillones" y "ferocidad infernal" y están organizadas alrededor de esta idea de lo primitivo y lo salvaje, que aparece marcado en semas que no tienen nada que ver con lo salvaje como la desnudez, o el color de la piel, o el largo de la cabellera o el mismo hecho de que tengan los rostros pintados. El francés se halla incapacitado para hacer una distinción entre lo otro y lo bárbaro y los une en un mismo bloque significante.

De su pormenorizado recuento de las costumbres de los patagones, con los que convive durante tres años, surgen algunas características de la espiritualidad indígena que se contraponen con su impresión inicial. Guinnard, sin quererlo, porque es evidente que los desprecia desde antes de conocerlos y que los seguirá despreciando después de haber convivido con ellos, nos muestra a un grupo humano hospitalario, generoso, carente de agresividad, alegre y con una religiosidad muy elaborada y no muy diferente del cristianismo.

La incapacidad del cronista para valorar estos rasgos, que él mismo describe con minuciosidad, y el hecho de que se niegue sistemáticamente a ver ningún rasgo noble entre los indígenas nos habla de sus preconceptos. Para él, se trata siempre de una horda asquerosa y el haber convivido con ellos no será nunca visto como placer sino como la mayor de las desdichas. Muchas veces les reconoce rasgos de astucia, de ingenio y de destreza, pero estas características son siempre despreciadas por el marco de barbarie en el que se desarrollan. Un bárbaro astuto no es inteligente, es bárbaro; ése es el razonamiento constante de este cronista francés.

Esta visión del americano como salvaje e inculto forma parte del contexto ideológico y cultural del siglo XIX. En Europa se aceptaba la trata de esclavos negros por tratarse de gente inferior, y los indígenas, en América, podían ser explotados por las mismas razones. Si un francés hubiera reconocido que los indígenas podían tener formas culturales tan elaboradas como las de cualquier europeo, hubiera puesto en entredicho la idea de que era necesario dominarlos -o matarlos- para poder ejercer la apropiación territorial, que, creemos que está en la base de la aventura conquistadora en la Patagonia.

En su ensayo Racismo, etnocentrismo y literatura (5) Catherine Saintoul enuncia y describe los factores que, según su opinión, alimentan el prejuicio racial. Algunos de ellos: la ventaja personal, la ignorancia sobre otros grupos humanos, las tensiones nacionales y religiosas, las razones económicas y el horror a la diferencia, son claves en el ocupamiento territorial de la Patagonia y son los que han iniciado el diseño del imaginario que estamos tratando de revisar.

La oposición indios vs. blancos en la Patagonia estuvo marcada siempre desde el desconocimiento. Se desprecia lo que es distinto por el simple hecho de serlo. Mario Vargas Llosa en su novela El Hablador (6) reflexiona sobre este tema y pone en boca de un anónimo hablador machiguenga las siguientes palabras:

"A la gente no le gusta vivir con gente distinta. Desconfiará, tal vez. Otras costumbres, otra manera de hablar la asustarán, como si el mundo fuera confuso, oscuro, de repente. La gente quisiera que todos fueran iguales, que los demás se olvidaran de sus costumbres, mataran a sus seripigaris, desobedecieran las prohibiciones e imitaran las de ellas."

Pero por detrás de la ignorancia y de la desvalorización aparecen también las razones económicas, ya que el desprecio genera el consenso que se necesita para segregar a un grupo e incorporarlo al trabajo más duro y más mal pagado. Es innegable que el impulso expansivo de los colonizadores chocaba con esta cultura distinta, instalada en un escenario del que necesitaban apropiarse. Para ello tendrán que marcar lo existente como inferior y declararse con posibilidades de reinar sobre ese mundo "horrendo", "deplorable" y "salvaje". La siguiente cita de Darwin atestigua esta particular visión:

"Después de los primeros momentos de asombro, nos divertíamos mucho, observando la ridícula mezcla de sorpresa y espíritu de imitación que demostraban aquellos salvajes en todo momento. (...) Estos pobres seres son por lo general esmirriados y su aspecto es deplorable, a causa de la pintura blanca que recubre sus rostros horrendos, su cabello enmarañado y áspero, sus voces discordantes y su violenta gesticulación. A la vista de tales seres, es difícil comprender que se trate de hermanos nuestros, que viven en el mismo mundo que nosotros. A menudo constituye el tema de interesantes discusiones qué clase de placer pueden encontrar en la vida los animales inferiores. ¡Cuánto más razonable sería hacerse esta pregunta con referencia a estos bárbaros." (7)

Y es a partir de estas primeras afirmaciones que se va gestando la imagen de un hombre degradado, en inferioridad de condiciones respecto del europeo.

Desde estos relatos el nativo sufrió un proceso de enmascaramiento de su realidad. No se lo miró cara a cara, sino a través del lente deforme de un racismo que condicionó la imagen hallada. Estamos frente a la impresión subjetiva de hombres de supuestos "gustos civilizados" que califican de bárbaro a lo que no se ajusta a sus códigos. En otro tramo de la Pequeña Historia Magallánica, Armando Braun Menéndez se refiere al amor que ha despertado en una indígena uno de sus compañeros de viaje, en los siguientes términos:

"(...) una india embrutecida por el alcohol, desgreñada, vociferante, desdentada, repulsiva, lo persiguió (a Burbohm) con requerimientos de ardorosa pasión, obligándolo a una retirada estratégica. Este amor, engendrado 'a primera vista' le resultó una incidencia por demás exótica; y el pensar en el relato que podría hacer de sobremesa en Inglaterra lo llenó de buen humor". (8)

Antonio Alvarez, otro cronista del presente siglo, en su Crónica de la Patagonia y tierras australes, describe la relación indígena-europeo de la siguiente manera:

"Con infinita paciencia Schmidt y Hunziker se aplicaron a la evangelización de los tehuelches, fáciles de atraer mediante regalos, pero reacios a cambiar su modo de vida. Más todo hubiese sido posible de no aparecer al poco tiempo una goleta lobera (...) con bebidas espirituosas que sin mucho regatear cambian por plumas y quillangos". (9)

Lo que va de los bonetes colorados y los espejitos a las bebidas espirituosas puede no ser muy diferente en su esencia, pero este último obsequio es mucho más destructivo. Es indudable que el comercio del alcohol perjudicó al nativo que quedó expuesto a la corrupción de traficantes extranjeros. Con este trueque el europeo se estaba asegurando la destrucción lenta pero segura de las etnias nativas, lo que permitiría el posterior asentamiento de los colonizadores.

La crónica de Armando Braun Menéndez avanza en este mismo sentido, al reconocer la necesidad que tienen los colonizadores de mantener buenas relaciones con los indígenas para posibilitar, en este caso, el asentamiento inglés:

"(...) de las buenas relaciones que se mantuvieron con las tribus nómades tehuelches dependía en cierto modo la prosperidad de la colonia. El intercambio con los indios era su principal comercio. Los indígenas traían varias veces al año sus atados de pieles regionales: huanaco, zorro, puma, chinge, plumas de avestruz y carne fresca; y se llevaban, en cambio, bayeta colorada, chaquira y huinchas para adorno, y pieles para las chinas; y ciertos víveres predilectos: aguardiente, azúcar, galleta, arroz y también tabaco." (10)

De monstruo a caníbal
A través de innumerables relatos de viajeros se fue forjando un imaginario en el que el indio llega hasta a ser calificado como caníbal y gigante patagón. Estas leyendas -ansiadas y hasta buscadas por un receptor europeo euforizado por su propio entorno- pueden justificarse hoy, únicamente desde la ficción, pero son negadas por la realidad.

El historiador chubutense Virgilio Zampini aclara el tema en estos términos:

"La literatura de caballería, en boga en España, contaba entre sus personajes a una tribu de cazadores flecheros, designada como 'patagones' que vestían la piel de los animales que cazaban. Más aún, el héroe Primaleón, protagonista de uno de los relatos, debe emprender la aventura de apresar a un monstruo llamado Patagón (...)" (11)

De ahí que una Europa imbuida de un espíritu de aventura (12) y pensándose casi dueña del universo, haya trasladado su propia ficción a la historia para convertirse, heroicamente, en la vengadora del "monstruo americano". La fantasía, indudablemente, llegó a ocultar lo humano. Y de monstruo a caníbal hay un pequeño trecho que se hizo profundo cuando ancló, junto a otras imágenes, en la Patagonia.

El canibalismo atribuido a los indios del sur del continente también forma parte del malentendido de la historia. Hoy hablaríamos de errores en el circuito de la comunicación o de problemáticas de la traducción. Y tal vez, como dice Lucas Bridges, los mismos indios, condenados a asentir como gesto vital y como signo de supervivencia:

"...siguieron inventando porque los colonizadores eran receptores ávidos de historias exóticas"... (13)

Quienes como Lucas Bridges convivieron con los aborígenes, han podido aclarar algunas de estas falacias. Sin embargo, todas las equivocaciones que involucran a A. Pigafetta y a C. Darwin se han ido amplificando. Darwin, incluso llegó a concluir sobre la pobreza de la lengua tehuelche, mientras que para Bridges, que la manejaba fluidamente, esta era "infinitamente más rica que el inglés o el español". (14)

Evidentemente, desde su cientificismo, Darwin no pudo encontrar el verdadero sentido de la cultura nativa. Y lo mismo ocurrió con casi todos los que anduvieron por estas tierras. La dificultad de explicar y de comprender se fue haciendo más compleja, y el alcohol y las enfermedades -signos traídos por la "civilización", junto con las armas de fuego- llegarán para completar el circuito de la derrota. Por otro lado, el ingreso de los mercados y las expansiones económicas, al insertar sus esquemas productivos en la región, apuraron el final de la historia.

A principios de 1890, al comprobarse que la parte norte de la tierra de los onas era excelente para la cría de ovejas, se decidió parcelar el terreno y distribuirlo entre compañías y particulares. El mundo de los papeles llega así, para destituir al de la palabra. La protesta indígena culminará con persecuciones y los "recienvenidos" pagarán hasta una libra por cabeza de indio que se les entregue. Los que se salven serán transferidos a reservaciones, donde la evangelización tratará de atenuar la pérdida de la libertad.

El testimonio del fin
Un siglo después, la década del 90, nos encuentra, apresurados, tratando de testimoniar el fin de una raza. Antonio Prelorán logra apresar en imágenes fílmicas los estertores de los tres últimos onas, Bertha Koessler dedica su vida a la recopilación de testimonios de los indígenas araucanos, Enrique Perea trata de recuperar la oralidad del tehuelche, Jorge Pellegrini re-crea, en su novela Gerónima, una historia de vida que muestra el desarraigo y la marginación a que ha sido sometido el indígena en la Patagonia. El antropólogo Rodolfo Casamiquela recoge, en numerosos trabajos, diversos testimonios del pasado, Eduardo Belgrano Rawson, con Fuegia, y Sylvia Iparraguirre con La tierra del fuego, cierran -o tal vez abren- la memoria del sur. Todos estos testimonios contemporáneos sirven para denunciar:

· El agobio de los nativos frente a los extranjeros ávidos de riquezas.
· El proceso de depredación de la fauna.
· La inexistencia de un proyecto nacional argentino que sirva para contener la injerencia inglesa.
· El proceso de degradación que significó para los aborígenes la puesta en contacto con los europeos.

Estos testimonios y relatos, sin embargo, no logran revertir los discursos de los viajeros europeos "ilustres", aunque muestran que los nativos no sólo son más sensibles que los europeos, sino que además, poseen una sabiduría ancestral. Al igual que Lucas Bridges, Belgrano Rawson remarca la riqueza idiomática del aborigen, que tiene, a su criterio, posibilidades de una sutileza mayor que la inglesa. La leyenda negra se invierte y hasta la noción de canibalismo recae en la novela de Belgrano Rawson sobre los ingleses.

De donde resulta que "la tierra de los horrores" tan mentada por la prensa inglesa alimentada por sus "civilizados" viajeros era efectivamente tal, pero no porque sus habitantes naturales fueran súcubos, sino porque los recienvenidos importan, junto con la avidez por el dinero, una salvaje y despiadada maldad, propensa al crimen y a la lujuria.

Fuegia como bien dice la presentación de contratapa de la edición de Sudamericana, es una ficción, pero "después de leerla sabremos que la memoria necesitaba esta ficción para conocer las vidas y las geografías que el olvido ensombrece". El discurso ficcional sobre los viajeros y "civilizadores" del Sur del continente ha emprendido una tarea de denuncia ineludible. Pero la lectura es aquí, tal vez, más dolorosa, porque si en otras regiones es posible pensar, utópicamente, en un futuro de redención para las razas diezmadas, en el sur del sur esto es imposible, porque los nativos fueron totalmente exterminados y sólo la ficción, y la crítica cultural pueden emprender tareas reivindicadoras.

Conclusión
La expansión colonial fue una expansión económica, territorial, religiosa y cultural. Hoy, en el momento en que todo parece tender a la homogeneización, se hace necesaria una crítica superadora que nos permita perfilar la identidad patagónica. Y, entre otras tantas cosas, se deberán revisar las oposiciones discursivas entre valores y antivalores, los que se han constituido, desde la colonia, como ejes temáticos estructuradores de los relatos que hemos denominado "textos fundadores".

La mal llamada conquista del desierto impidió el reconocimiento del otro. Quienes decidieron ocupar la Patagonia vinieron con la misma mirada eurocentrista de quienes decidieron la colonización del resto del continente y el discurso indígena, en la Patagonia, sufrió el desconocimiento cultural resultante de esa mirada. La peculiaridad cultural indígena como constructora de sus propios lenguajes simbólicos fue desestimada. La región sufrió un proceso de marginación similar, basado en el medio físico desértico, en la existencia de etnias heterogéneas y en un desarrollo cultural particular que fue, también, subestimado.

La planetarización tiene, hoy, un proyecto aglutinante y se nos trata de convencer sobre los beneficios de una unificación cultural que nos llevará, a todos, a un mundo sin diferencias culturales. Debemos estar atentos a esta situación y pensar cuáles pueden ser las vías/herramientas/ proyectos que nos permitan revertir y/o anular semejante designio homogeneizador.

Los discursos elaborados desde la Patagonia o para la Patagonia han girado siempre en torno de su propia posición y la de los otros que la observan desde afuera. Allí se encuentra uno de los problemas a resolver. Según desde dónde se mire el Sur, los efectos de la Suridad serán mayores y más difusos. Los diversos discursos la muestran como una región que necesita armar su identidad, desde una ubicación fronteriza no sólo en el nivel geopolítico sino respecto de aquellos otros que la ven sólo como lo que está "al sur del sur".

Es necesario revisar los discursos que la han ido construyendo desde un comienzo. El gesto fundador es evidente en cada cronista y cada fundación discursiva parece estar atenta a una geografía fácilmente reconocible. Sin embargo, la mayoría de la veces el referente se escurre y se vuelve inverificable. El equilibrio entre realidad e imaginación no es demasiado claro en los discursos que hemos dado en llamar "fundadores". Es necesario, entonces, revisarlos para lograr un verdadero reencuentro con nosotros y con los otros.

Para poder recomponer el devenir histórico que configura el modo de ser de la Patagonia es necesario re-leer todos los relatos desde dos niveles de sentido, el manifiesto y el implícito. La región ha sido descripta por el conquistador desde sus matices de marginación, de fronteridad, de soledad, de tierra maldita. Se trata, en este caso, de la mirada de aquellos que pensaron en la Patagonia como una fuente rápida de riquezas, desde un concepto puramente extractivo. El premio que hemos recibido por esas extracciones es el legado cultural del usurpador que se considera supremo. La conquista del desierto fue, en realidad, una ocupación que no alentó, en ningún momento, la defensa de los valores culturales de los vencidos, sino que atendió a la desocupación de una tierra que ni siquiera se supo luego cómo ocupar.

Recién ahora se está escuchando la voz de los indígenas, que pugna por lograr el reconocimiento de sus valores culturales. Los relatos de los vencidos en la Patagonia están allí, sólo hace falta que alguien los sistematice y los ubique dentro del espectro de los relatos canónicos para que puedan ser conocidos . Este estudio deberá hacerse desde la crítica postcolonial para que no sean modalizados otra vez desde el discurso centrista. Queda latente la duda de si podrán competir estas memorias indígenas con la memoria del poder, pero vale la pena intentarlo.

 

 

 CITAS

1. COLON, Cristóbal. Los cuatro viajes del Almirante y su testamento. 9ª Edición. Madrid: Espasa-Calpe, 1986; p. 30. volver

2. PIGAFETTA, Antonio. Primer viaje en torno del globo. 5ª Edic. Madrid, Espasa-Calpe, 1963; p. 52. volver

3. GUINNARD, A.M. Tres años de cautividad entre los patagonies. Bs.As., Eudeba, 1961; p. 12. volver

4. GUINNARD, A.M. Op. cit.; p. 25. volver

5. SAINTOUL, Catherine. Racismo, etnocentrismo y literatura. Bs.As., Ediciones del Sol, 1988; pp. 95/96. volver

6. VARGAS LLOSA, Mario. El Hablador. BArcelona: Seix Barral, 1987; pp.211/212. volver

7. DARWIN, Carlos. Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Buenos Aires: Marymar, 1977; pp. 83/88. volver

8. BRAUN MENENDEZ, Armando. Pequeña historia Magallánica. Buenos Aires: D.Viau y Cía, 1937; pp. 128/129.volver

9. ALVAREZ,Antonio. Crónica de la Patagonia y tierras australes. Buenos Aires: Edit. Lito G, 1978; p.114 volver

10. . BRAUN MENENDEZ, Armando. Pequeña historia Magallánica. Buenos Aires: D. Viau y Cía, 1937; p. 88. volver

11. ZAMPINI, Virgilio. Chubut. Breve historia de una provincia argentina. Gaiman: El regional, 1975; p. 10 volver

12. Nos referimos concretamente a la Expedición magallánica y al relato de Antonio Pigafetta, en el siglo XVI. volver

13. BRIDGES, Lucas. El último confín de la tierra. Buenos Aires: Emecé, 1952; p. 26.volver

14. BRIDGES, Lucas. Op. cit. p.27. volver

 

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