EL SUR YA NO CREE EN LÁGRIMAS
Primera Parte

Por Lic. Viviana Polli
Univ. Nac. de la Patagonia S.J.B.

La Patagonia, como palabra y como imago social, es un concepto en evolución que ha ido integrando - en tiempos distintos - distintos espacios ; un territorio que ha permanecido siempre tratando de formar parte de la comunidad mayor. Es casi incuestionable pensar que el discurso patagónico gira incesantemente en torno de la posicionalidad, tanto propia como ajena. Y allí nos encontramos con uno de los principales problemas a resolver. Según desde dónde se mire el Sur, los efectos de la "suridad" serán mayores y más difusos. Estereotipos que aparecen confundiendo imagos y una sociedad que va respondiendo a empellones con un juego casi dialéctico de asomo y ocultamiento.

Los diversos discursos que circulan la muestran en esa tensión propia de una región que está armando su identidad, acicateada por una ubicación fronteriza real y conflictiva a veces que implica, por un lado, una situación de amor-odio con "esa frontera" (la chilena) pero también, por el otro, de amor-odio con "la otra", la que la señala como "aquello que está al sur del sur".

Decimos que la Patagonia es para el resto del país lo que Latinoamérica es para los países del norte. La macrorregión está ubicada "al sur del río Grande", la microrregión, se extiende "al sur del río Colorado". Esta situación - estar al sur de...- pareciera preanunciar algunas constantes en la búsqueda de las respectivas utopías y también supone, en un sistema mundial globalizador que tiende a la homogeneización, una pelea constante para conciliar la diferenciación de las identidades.

Como en un juego de espejos, la Patagonia proyecta su imagen conforme con el posicionamiento económico que se le atribuya. En épocas del llamado "boom" (como lo fue, por ejemplo, el petrolero allá por los ´50), se transforma en quimera deseable (1); cuando esta situación varía - como en los tiempos que corren - cambia su imagen y es tierra de desolación y de miseria, isla en el propio continente.(2)

COMEDIA DE EQUIVOCACIONES

(4) Resulta necesario esbozar el perfil de la región a partir del análisis de los discursos que la construyen "en sus comienzos y recomienzos".

La Patagonia debe su nombre a un monstruo con planta de hombre y rostro perruno, el patagón, de la novela Primaleón (5). Esta impronta generaría el primer equívoco sobre la región, el primer signo de desmesura que la diferenciaría de otras regiones del país y que la emparentaría más con lo mitológico que con lo real. Otras regiones también han recibido el nombre de los españoles que la fundaron, pero aquí se establecería la primera particularidad: lugares que tendrían la medida de lo humano y otros que excederían ese estatuto. Al respecto, coincidimos con A. Roig cuando afirma:

"De este modo, la historia de los nombres viene a ser la historia de la aparición de un sujeto que los enuncia dentro de un proceso de historización que comienza siendo, simplemente, de incorporación a la "civilización" europea y que termina siendo, de alguna manera, de enfrentamiento, aunque en adelante se mueva siempre dentro del ámbito de aquella".(27)

Es imposible especular sobre un posible destino para la Patagonia sin conquistadores ni conquistados. Partir desde el momento crítico en que ella apareció ante el mundo "civilizado", desdibujada en mapas mal armados, es insistir en el presente de un mundo contemporáneo que no sabe si debe o no establecer límites, si debe o no cancelar utopías. Sin embargo, es necesario reconsiderar los claroscuros que la historia ha ido perfilando para la Patagonia, mientras su imaginario iba respondiendo de otra manera. Por lo pronto, pareciera urgente reestablecer el equilibrio entre realidad e imaginación, la recuperación de pasos perdidos por medio de un doble registro : el reencuentro con un "nosotros" y también con la otredad.

Hay un proverbio que dice: "Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador" ( Eduardo Galeano). Como dice Hugo Achugar, "se alude a una historia, diseña dos prácticas intelectuales: el lugar y la acción de los leones y el lugar y la acción de los cazadores". Este podría ser el escenario del gran teatro patagónico donde batallan diferentes discursos que no tienen en claro el problema de la posicionalidad. Ideas en torno de la región, de la frontera, de la memoria, son puestos en cuestión pero sin posibilidades de profundizarlos como debate. ¿Quiénes se sientan en la mesa de discusión: aquellos que detentan el saber y el poder académicos o la sociedad cuyo imaginario ha ido respondiendo de diversas maneras? Y, ¿cómo compaginar esos pequeños relatos que ha ido construyendo su imaginario con aquellos otros, que aunque devenidos en crisis, siguen hablando desde los centros de poder y concluyen, contradictoriamente, en asignarle a la Patagonia el estatuto del ultimo confín, última esperanza, lugar incontaminado, reservorio del mundo, a la vez que observan con avidez aquellos desiertos (?) que pudieran servir de recipientes de sus propios desechos?

Retomamos, sin duda alguna, el problema de la identificación. ¿Quién tiene el poder y la autoridad para permitir que ciertas voces hablen o sean silenciadas? La identificación buscaría, entonces, lo que Mendieta llama "una desfetichización y desenmascaramiento de quien o que (sic) tiene la legitimidad para dar y licenciar reconocimiento o para permitirlo. Nos queda decidir, tal vez, encarar los diferentes discursos dialógicos (y aún los monológicos) de Prósperos, Arieles y Calibanes, constructores, todos ellos, de esta porción (o de todo) el continente.

Patagonia en construcción

¿Quiénes somos nosotros cuando enunciamos desde la región? Nosotros somos los aborígenes, los galeses, los que quedamos luego de la conquista del desierto, los nacidos aquí y los que vinieron para quedarse porque confiaron en este lugar. Todos y cada uno de nosotros fuimos conformando el pequeño relato que perfila la identidad e intenta dar respuestas al quiénes somos. La colonización galesa, por ejemplo, se incorporó con su propia dinámica a la dinámica social de la Patagonia. Un encuentro de culturas, la galesa y la indígena, va a dejar como legado una imago de integración no traumática que la campaña al desierto se encargó de violentar. Se pasó del relato conciliador galés al eurocentrista, cuyo objetivo era matar, pensar que los fines justificaban los medios.

Necesitamos leer desde dos niveles de sentido , el manifiesto y el implícito, para recomponer, como lo hacen los "filósofos de la sospecha", el devenir histórico que configura el modo de ser (o de mostrarse) de la Patagonia:

"La hipostasiación de las formas de cultura espiritual sobre las cuales tantas veces se ha intentado alcanzar una definición del "nosotros" y de "lo nuestro", no sólo nos niega como sujetos de nuestro propio ser histórico y nos convierte en receptores de un mandato, sino que parte de formas de negación generadas ideológicamente por los portavoces de la cultura dominadora." (p. 54)

Si la herencia cultural se reduce a un conjunto de bienes heredados, la religión, la práctica cultural, el lenguaje, las costumbres, la raza, la tierra, todas ellas han venido acompañadas de un marco ideológico propio que ha configurado las ideologías no sólo continentalistas, sino mundialistas.

"Toda herencia cultural, dice Roig, es por naturaleza transmisible y se nos muestra, por eso mismo, como un hecho de naturaleza temporal,"

"Es, además, lo que se transmite entre sujetos que son, a su vez, históricos, y que por cuanto invocan un pasado que según ellos ha de ser mantenido vigente, de hecho operan con él mismo como histórico, aún cuando se nieguen a reconocerlo tal." (46)

NACIDOS Y CRIADOS

Resulta difícil, entonces, pensar en Patagonia a partir de una idea de nosotros. Larga lucha de quienes residen en el sur, por nacimiento (los menos) o por decisión laboral (bastantes más), por nuevo proyecto de vida ( algunos). Tanto que - en medio de una maraña discursiva - y a través de una decisión casi utópica, se inventaron fórmulas en alguna de sus minirregiones, destinadas a separar lo que en realidad no estaba unido, pero que alentaba la identificación ( no tanto la identidad). Esa fórmula dice que los nyc ( nacidos y criados) identificaría a los que no lo son, fórmula que tampoco tiene demasiado peso más allá del risueño porque aún los nyc no tienen demasiado en claro a dónde pertenecen: si a la región de ensueño que ha hecho decir a distintos viajeros que tiene uno de los cielos más maravillosos del mundo; si a una región huraña, con vientos que a veces superan los 120 km por hora; si a un desierto que - al decir del investigador y poeta regional Virgilio Zampini - es el que mejor despierta la imaginación del hombre porque no lo ahoga; si a la región de la soledad,(con mucha carga en lo negativo: la falta de comunicación, las enormes distancias; o con mucha carga en lo positivo: la posibilidad del diálogo íntimo, los grandes relatos junto al fuego luego de largas y fatigosas jornadas,); si a la región de los enormes contrastes: mesetas desnudas, glaciares maravillosos, lagos fantasmales, fusión de las edades del hombre en sus "Cuevas de las manos pintadas", en las flechas indias que cada tanto aparecen en los campos removidos por hombres que en las noches se conectan con el mundo por antena satelital. Muchos kilómetros, una de las más bajas densidades de población del planeta, un faro que indica dónde termina el mundo (¿ o donde empieza?). Esa es la realidad de una región que no ha podido ser incorporada a la cartografía argentina; que levemente se insinúa en la latinoamericana y que tiene un mayor impacto, aunque desde una posicionalidad misteriosa, en el resto del mundo.

Todos ellos serían, sin embargo, partes de los bienes culturales que demostrarían una continua transmutación de sus valores que deben ser analizados desde su positividad para que no se conviertan en instrumentos de alienación.